Hace un tiempo, Lara Rirero me invitó a la presentación de uno de sus libro.
Como es buena y osada, me pidió que dijera algo por la proximidad del Día del Libro.
Se me dio, hoy, por compartirla por acá.
¡Hola!
Lo que vengo a decir es
casi una biografía lectora compartida. Quien más quien menos de los que estamos
aquí, ahora, hemos tenido experiencias similares con ese objeto llamado LIBRO.
Por ejemplo, si me
preguntan por mi primer recuerdo relacionado con un libro puedo decir que me
veo a mí misma bajando la escalera de mi casa a los 3 o 4 años, con un enorme Fabulandia,
en busca de alguien que me leyera: me daba lo mismo padre o madre, hermanos
varios o vecino diligente… del Fabulandia recuerdo los bellísimos dibujos que
adornaban los márgenes. Estando en la facultad me enteré que se llaman “iluminaciones”…
nada más apropiado que esa denominación para esos colores y diseños que me
prometían todo tipo de historias.
En cambio, si le preguntan
a mi mamá mi primera relación con un libro, les diría que fue con uno en
especial de la biblioteca familiar, allá en mi Caucete natal, donde me
entretenía enganchando mis deditos de meses en el lomo de “La cosecha”, cuyo autor no
pude rastrear, uno de los tantos libros políticos que enmarcaron mi infancia y
juventud. Dicen que no importaba donde estuviera ubicado el libro, yo lo
encontraba y me ensañaba con ese pobre lomo.
De allí en más se ve que me
gustaba que esos objetos -movibles, transportables, llenos de colores y papeles que
van de un lado para otro llamados hojas, escritos en innumerables tipos de
letras y tamaños-, me acompañaran a donde fuera.
Es que primero me enamoré
del objeto como si fuera un juguete fiel, siempre dispuesto a seguirme en el
mismo juego de leer y que me lean. ¿Les pasó lo mismo?
Podemos seguir
preguntándole a nuestra historia lectora, sobre cuales fueron nuestros libros
más amados, nuestros autores preferidos, nuestras relecturas y nuestros
asombros como lectores y seguiríamos encontrando similitudes. Es que nuestra
relación con los libros, está tan apegada a nuestro crecimiento y madurez que
de seguro les pasa lo mismo que a mí: no hay etapa de mi vida que me importe que no esté asociado al
descubrimiento de un libro.
Y la cadena de lecturas se
asocia a la de amigos, “si te gusta
Bradbury, tenés que leer Sturgeon”, “nadie puede no leer “Narciso y Goldmundo” si tiene 19 años”,
“humm le compré esta historieta a
Moniquita (yo de 8 años, más o menos), pero la venía leyendo y me parece que
aunque la protagonista es una nena, no es para ella”. Mi primer “Mafalda”, regalada por mi hermana
mayor, para acortar alguna convalecencia infantil. ¡Sin embargo fue tan para mí! Teníamos el mismo
pelo, la misma pancita… mi mamá me tuvo que coser más de un vestido de los que
ella lucía en la historieta. Con lo único que no negocié fue con el moño en la
cabeza… hay estilos y estilos…
Y podríamos seguir así,
pero prefiero dejarlos con el gusto de sus recuerdos con ese objeto lleno de
todo. Porque todo está en los libros.
En un año, y un mes tan
marcado por la impronta femenina, es imperativo recordar que el 15 de junio se
conmemora el Día del Libro porque en esa fecha siendo el año 1908, se realizó
la Fiesta del Libro y se entregaron los premios del concurso literario
organizado por el Consejo Nacional de Mujeres. No pude rastrear quién lo ganó
ni cuál fue la obra, pero me emociona
que mujeres de ayer como las de hoy, demos lugar en nuestra vida al libro, a la
palabra, a la imagen, a la voz que nos cuenta algo…
Tal vez no lo sepan, tal
vez sí, trabajo como bibliotecaria… la primera vez que trabajé de bibliotecaria
tenía 14 años y pertenecía a la comisión de cultura de una sociedad de fomento
de Avellaneda. No tenía la menor idea de qué hacía ahí, me había criado entre
esas paredes y cuando me dijeron que ya era hora de participar en la vida
social del barrio, no se me ocurrió otro lugar… la sociedad de fomento, la
comisión de cultura (llena de gente joven), la biblioteca.
Después fui muchas otras
cosas, pero mi destino estaba marcado y aquí estoy, prestando libros, buscando
información, charlando con los usuarios, narrando para chicos y haciendo
lecturas públicas para adultos.
Trabajar en bibliotecas es
lo que me permite ver que mi relación con el libro es igual a la de cualquier
persona. Pocas cosas me emocionan más en mi trabajo que recibir a una mamá o
una abuela con carrito y bebé buscando algo para leer para ellas y preguntando
si hay algo para el chiquito. O un vecino con la bolsa de las compras o la caja
de herramientas, que de paso, se busca una novela… Y les confieso: cuando veo
en una biblioteca -en la que circunstancialmente me toca trabajar-, un libro
que no conozco u otro que hacía tiempo que quería leer, me cuesta prestarlo.
Uno puede imaginar que hay un paralelismo en la historia personal de un lector
con la historia del libro.
De chicos, nos cuentan cuentos: comunicación oral de las historias
grupales; luego, libros en cartoné, tela, goma, etc. uno ha tenido algo así en
su infancia, es la pintura rupestre, la tablilla de arcilla, la lámina de
bambú.
Ya reconociendo formatos, llegamos a nuestros primeros libros tal como los
conocemos, es el arribo del códice, con folios móviles a modo de hojas,
allá por el siglo 3 y 4 después de Cristo.
En cuanto aprendemos a leer, ya elegimos, buscamos, conversamos lecturas:
la popularización del libro a partir de la impresión en serie luego de la
invención de la imprenta de Gutenberg en el siglo 15. Primera revolución del libro.
El soporte de la información y de la literatura no cambia desde el códice.
Recién a fines de 1971, se comienza a pensar en el uso de la tecnología
informática para almacenar y acceder a textos para leer. El proyecto Gutenberg,
concibe la primera biblioteca electrónica totalmente gratuita. Incipiente segunda revolución, que se
cristaliza ya sobre fines del siglo pasado, y los años del siglo 21 que estamos
transitando.
En el siglo 20 pasan cosas geniales con el libro: se vuelve multifacético,
explotan los temas, las ideologías, se universaliza de una manera espectacular
sin dudas fundido con la universalización de la educación. Se muestra más
irreverente en mayor cantidad de contenidos.
Por ejemplo, y nuevamente apelo a su historia lectora: ¿cuál es el libro más
loco que recuerda? ¿El más provocador o sugerente? En mi caso, el libro que más
me llamó la atención por mucho tiempo lo vi en 1993, en la feria internacional
del libro de Bs. As. Era un libro increíble cuyo título es “El pensamiento vivo
de Carlos Menem” de Enrique Eslovani. Es un libro que tiene todas sus hojas en
blanco; excepto la tapa, todas las hojas están en blanco. Costaba 5 pesos, y se
vendieron todos los ejemplares en pocos días.
En estos años cobran mayor importancia los paratextos: definido rápidamente como todo aquello que no es texto,
pero que nos introduce en el libro sin todavía abrirlo, nos guía con los
prólogos, nos acompaña con las imágenes.
En los últimos años, se ha vuelto a mirar el libro como objeto apreciable
estéticamente. Los ilustradores se reconocen como coautores por la importancia
de su arte en la representación del texto, especialmente literario y más aún en
los libros editados para chicos y adolescentes.
Hoy, ese reconocimiento del avance de la imagen llega a la literatura para
adultos. Otra referencia a mi historia lectora: hay un libro que hay que leer
con la misma delicadeza de tal tela: Seda,
de Alessandro Baricco. Una novela para leerla susurrando. El año pasado,
estando en una librería vi una edición ilustrada que me quitó la respiración
(esta que les traigo). Me la regalaron para mi cumpleaños, y pasé mucho rato
acariciando las imágenes, tan sutiles como la historia misma.
El otro libro que quiero compartir con ustedes es “El libro negro de los colores”, un texto narrativo cargado de
poesía, con imágenes en relieve, texto en Braile y en nuestro alfabeto, sobre
hojas negras. Un libro inclusivo, que maravilla a los chicos que pasan sus
dedos por los dibujos, a la vez que acaricia el oído con sus descripciones.
Que el libro fue, es y será un objeto valioso, cargado de sentido, está
fuera de toda discusión: prueba de ello es la recurrente quema y destrucción de
libros, que se ha repetido a lo largo de la historia de la humanidad: la
biblioteca de Alejandría, por ejemplo, y aquí mi homenaje a Hypatia, la primer mujer bibliotecaria de
la que se tiene conocimiento.
“Leer es un verbo que no se conjuga
en imperativo”, dice Daniel Pennac, en su obra, “Como una novela”. En ella
están los Derechos imprescriptibles del lector, un decálogo de las atribuciones
que los lectores nos hemos tomado a lo largo de nuestra relación con los libros
y que también nos iguala: volver a leer lo que nos gustó mucho, dejar de leer
un libro que no nos gusta, leer en voz alta, leer en cualquier parte, no leer…
etc.
De ellos, el que más me gusta es leer en voz alta por eso les traigo para
terminar esta historia de la escritora argentina Graciela Cabal, de "Mujercitas... eran las de antes", La Biblioteca.
Muchas gracias
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