INCONDUCIBLES... Lunes a viernes de 16 a 18 hs.

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Es una forma de vivir y sentir, es empatía, sentido común, juventud de espíritu que nos permite pensar, dudar y cuestinar recetas de vida, dogmas, mandatos sociales y toda imposición del sistema teniendo al conocimiento y el arte como principales aliados de esta rebeldía que busca como destino, libertad.

EN INCONDUCIBLES, HOY EMPEZAMOS CON...

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Quentin Blake ¡lo más!

jueves, 28 de febrero de 2019

¡Hola!
Hace un tiempo, Lara Rirero me invitó a la presentación de uno de sus libro.
Como es buena y osada, me pidió que dijera algo por la proximidad del Día del Libro.
Se me dio, hoy, por compartirla por acá.


¡Hola!
Lo que vengo a decir es casi una biografía lectora compartida. Quien más quien menos de los que estamos aquí, ahora, hemos tenido experiencias similares con ese objeto llamado LIBRO.
Por ejemplo, si me preguntan por mi primer recuerdo relacionado con un libro puedo decir que me veo a mí misma bajando la escalera de mi casa a los 3 o 4 años, con un enorme Fabulandia, en busca de alguien que me leyera: me daba lo mismo padre o madre, hermanos varios o vecino diligente… del Fabulandia recuerdo los bellísimos dibujos que adornaban los márgenes. Estando en la facultad me enteré que se llaman “iluminaciones”… nada más apropiado que esa denominación para esos colores y diseños que me prometían todo  tipo de historias.
En cambio, si le preguntan a mi mamá mi primera relación con un libro, les diría que fue con uno en especial de la biblioteca familiar, allá en mi Caucete natal, donde me entretenía enganchando mis deditos de meses en el lomo de “La cosecha”,  cuyo autor no pude rastrear, uno de los tantos libros políticos que enmarcaron mi infancia y juventud. Dicen que no importaba donde estuviera ubicado el libro, yo lo encontraba y me ensañaba con ese pobre lomo.
De allí en más se ve que me gustaba que esos objetos -movibles, transportables, llenos de colores y papeles que van de un lado para otro llamados hojas, escritos en innumerables tipos de letras y tamaños-, me acompañaran a donde fuera.
Es que primero me enamoré del objeto como si fuera un juguete fiel, siempre dispuesto a seguirme en el mismo juego de leer y que me lean. ¿Les pasó lo mismo?
Podemos seguir preguntándole a nuestra historia lectora, sobre cuales fueron nuestros libros más amados, nuestros autores preferidos, nuestras relecturas y nuestros asombros como lectores y seguiríamos encontrando similitudes. Es que nuestra relación con los libros, está tan apegada a nuestro crecimiento y madurez que de seguro les pasa lo mismo que a mí: no hay etapa de mi vida que me importe que no esté asociado al descubrimiento de un libro.
Y la cadena de lecturas se asocia a la de amigos, “si te gusta Bradbury, tenés que leer Sturgeon”, “nadie puede no leer “Narciso y Goldmundo” si tiene 19 años”, “humm le compré esta historieta a Moniquita (yo de 8 años, más o menos), pero la venía leyendo y me parece que aunque la protagonista es una nena, no es para ella”. Mi primer “Mafalda”, regalada por mi hermana mayor, para acortar alguna convalecencia infantil.  ¡Sin embargo fue tan para mí! Teníamos el mismo pelo, la misma pancita… mi mamá me tuvo que coser más de un vestido de los que ella lucía en la historieta. Con lo único que no negocié fue con el moño en la cabeza… hay estilos y estilos…
Y podríamos seguir así, pero prefiero dejarlos con el gusto de sus recuerdos con ese objeto lleno de todo. Porque todo está en los libros.
En un año, y un mes tan marcado por la impronta femenina, es imperativo recordar que el 15 de junio se conmemora el Día del Libro porque en esa fecha siendo el año 1908, se realizó la Fiesta del Libro y se entregaron los premios del concurso literario organizado por el Consejo Nacional de Mujeres. No pude rastrear quién lo ganó ni cuál fue la obra,  pero me emociona que mujeres de ayer como las de hoy, demos lugar en nuestra vida al libro, a la palabra, a la imagen, a la voz que nos cuenta algo…
Tal vez no lo sepan, tal vez sí, trabajo como bibliotecaria… la primera vez que trabajé de bibliotecaria tenía 14 años y pertenecía a la comisión de cultura de una sociedad de fomento de Avellaneda. No tenía la menor idea de qué hacía ahí, me había criado entre esas paredes y cuando me dijeron que ya era hora de participar en la vida social del barrio, no se me ocurrió otro lugar… la sociedad de fomento, la comisión de cultura (llena de gente joven), la biblioteca.
Después fui muchas otras cosas, pero mi destino estaba marcado y aquí estoy, prestando libros, buscando información, charlando con los usuarios, narrando para chicos y haciendo lecturas públicas para adultos.
Trabajar en bibliotecas es lo que me permite ver que mi relación con el libro es igual a la de cualquier persona. Pocas cosas me emocionan más en mi trabajo que recibir a una mamá o una abuela con carrito y bebé buscando algo para leer para ellas y preguntando si hay algo para el chiquito. O un vecino con la bolsa de las compras o la caja de herramientas, que de paso, se busca una novela… Y les confieso: cuando veo en una biblioteca -en la que circunstancialmente me toca trabajar-, un libro que no conozco u otro que hacía tiempo que quería leer, me cuesta prestarlo.
Uno puede imaginar que hay un paralelismo en la historia personal de un lector con la historia del libro.
De chicos, nos cuentan cuentos: comunicación oral de las historias grupales; luego, libros en cartoné, tela, goma, etc. uno ha tenido algo así en su infancia, es la pintura rupestre, la tablilla de arcilla, la lámina de bambú.
Ya reconociendo formatos, llegamos a nuestros primeros libros tal como los conocemos, es el arribo del códice, con folios móviles a modo de hojas, allá por el siglo 3 y 4 después de Cristo.
En cuanto aprendemos a leer, ya elegimos, buscamos, conversamos lecturas: la popularización del libro a partir de la impresión en serie luego de la invención de la imprenta de Gutenberg en el siglo 15. Primera revolución del libro.
El soporte de la información y de la literatura no cambia desde el códice. Recién a fines de 1971, se comienza a pensar en el uso de la tecnología informática para almacenar y acceder a textos para leer. El proyecto Gutenberg, concibe la primera biblioteca electrónica totalmente gratuita. Incipiente segunda revolución, que se cristaliza ya sobre fines del siglo pasado, y los años del siglo 21 que estamos transitando.
En el siglo 20 pasan cosas geniales con el libro: se vuelve multifacético, explotan los temas, las ideologías, se universaliza de una manera espectacular sin dudas fundido con la universalización de la educación. Se muestra más irreverente en mayor cantidad de contenidos.
Por ejemplo, y nuevamente apelo a su historia lectora: ¿cuál es el libro más loco que recuerda? ¿El más provocador o sugerente? En mi caso, el libro que más me llamó la atención por mucho tiempo lo vi en 1993, en la feria internacional del libro de Bs. As. Era un libro increíble cuyo título es “El pensamiento vivo de Carlos Menem” de Enrique Eslovani. Es un libro que tiene todas sus hojas en blanco; excepto la tapa, todas las hojas están en blanco. Costaba 5 pesos, y se vendieron todos los ejemplares en pocos días.
En estos años cobran mayor importancia los paratextos: definido rápidamente como todo aquello que no es texto, pero que nos introduce en el libro sin todavía abrirlo, nos guía con los prólogos, nos acompaña con las imágenes.
En los últimos años, se ha vuelto a mirar el libro como objeto apreciable estéticamente. Los ilustradores se reconocen como coautores por la importancia de su arte en la representación del texto, especialmente literario y más aún en los libros editados para chicos y adolescentes.
Hoy, ese reconocimiento del avance de la imagen llega a la literatura para adultos. Otra referencia a mi historia lectora: hay un libro que hay que leer con la misma delicadeza de tal tela: Seda, de Alessandro Baricco. Una novela para leerla susurrando. El año pasado, estando en una librería vi una edición ilustrada que me quitó la respiración (esta que les traigo). Me la regalaron para mi cumpleaños, y pasé mucho rato acariciando las imágenes, tan sutiles como la historia misma.
El otro libro que quiero compartir con ustedes es “El libro negro de los colores”, un texto narrativo cargado de poesía, con imágenes en relieve, texto en Braile y en nuestro alfabeto, sobre hojas negras. Un libro inclusivo, que maravilla a los chicos que pasan sus dedos por los dibujos, a la vez que acaricia el oído con sus descripciones.
Que el libro fue, es y será un objeto valioso, cargado de sentido, está fuera de toda discusión: prueba de ello es la recurrente quema y destrucción de libros, que se ha repetido a lo largo de la historia de la humanidad: la biblioteca de Alejandría, por ejemplo, y aquí mi homenaje a Hypatia, la primer mujer bibliotecaria de la que se tiene conocimiento.
Leer es un verbo que no se conjuga en imperativo”, dice Daniel Pennac, en su obra, “Como una novela”. En ella están los Derechos imprescriptibles del lector, un decálogo de las atribuciones que los lectores nos hemos tomado a lo largo de nuestra relación con los libros y que también nos iguala: volver a leer lo que nos gustó mucho, dejar de leer un libro que no nos gusta, leer en voz alta, leer en cualquier parte, no leer… etc.
De ellos, el que más me gusta es leer en voz alta por eso les traigo para terminar esta historia de la escritora argentina Graciela Cabal, de "Mujercitas... eran las de antes", La Biblioteca.
Muchas gracias



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